La lealtad

La lealtad es la virtud que nos hace capaces de ser fieles a una persona, a una institución o un valor en situaciones en las que nadie nos observa y nos cuesta comportarnos de un modo determinado.

No puede ser objeto de contrato.

Es un asunto del alma.

Los contratos dan por sentada una lealtad que sin embargo no podemos comprar.

Los contratos no se pueden fundamentar en sí mismos, necesitan pactos, es decir, necesitan lealtad y muchas otras virtudes que deben darse por supuestas antes del contrato. Cuando los contratos sustituyen a las virtudes, acaban minando el terreno bajo los pies.

Para que haya lealtad hacen falta tres elementos:

  1. una arriesgada relación de confianza;

  2. un coste concreto que la persona debe asumir, haciendo o dejando de hacer algo que le evitaría ese coste;

  3. la acción leal no debe ser observable.

La lealtad es el espíritu de los pactos y de las promesas, que viven de decisiones y actos visibles sustentados en actos y decisiones invisibles.

Hay palabras no dichas, acciones no realizadas y secretos mantenidos en privado por amor a alguien durante toda la vida, que generan, regeneran y evitan la muerte de nuestros pactos, incluidos los que fundamentan la vida de las empresas, instituciones y partidos.

Palabras no pronunciadas y actos no realizados que nadie agradecerá nunca, pero que dan consistencia moral y dignidad, a nuestras relaciones y a toda nuestra existencia.

La virtud de la lealtad no puede forzarse y mucho menos crearse mediante inventivos.

La lógica de los incentivos debilita la lealtad, precisamente, porque alienta y refuerza comportamientos visibles, controlables, contractuales.

Marcial Cuquerella

(España, 1977). Ingeniero Informático. Ingeniero Industrial. MBA. Toda la vida profesional dirigiendo empresas de contenidos y ahora volcado en el mundo del emprendimiento.

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